sábado, 30 de agosto de 2008

Susurros marinos (4)


En esos años de alegrías infantiles, Ella se dio cuenta de que algo la diferenciaba del resto de las niñas. Fue un día de verano, en el que sentada en el borde de la piscina, contempló un rostro vacilante en el agua. Fue aquella visión la que le produjo tal desazón que quiso borrarla ayudada por el chapoteo de sus pies, pero esa cara reflejada seguía ahí, impertérrita, arrogante, brindándole una sensación muy incómoda. Era tal su desasosiego que le hizo huir. En la carrera sin control esquivó, no sin dificultad, flotadores, chanclas y toallas, entre otros objetos, desparramados por el suelo, aunque no pudo sin embargo, zafarse de aquellas manos que la sujetaban fuertemente, sin que pudiera hacer nada.
-¿A dónde crees que vas?. Una mujer de unos cincuenta años, la escrutaba sin pestañear. Ella intentó en vano poder soltarse de aquel brazo que le oprimía y le asfixiaba, y, a duras penas, en un susurro de voz, soltó un 'suélteme' mientras sus ojos se clavaron en los de aquella señora que, segundos después, obedecía de forma solícita al imperativo de la niña, dejándola marchar. Tras correr unos pocos metros, se paró extenuada delante de la carretera que cruzaba la hilera de chalets. El trasiego ininterrumpido de los vehículos, que se dirigían hacia las playas aledañas, esa incesante caravana que parecía no tener fin, la angustió de tal forma que a punto estuvo de ser atropellada cuando uno de los 'domingueros' le espetó, acompañado por la pitada de su claxon, con un: -¡inconsciente, mira por donde vas!. El instinto de conservación le hizo regresar hasta el borde de la cuneta. (Continuará...)
La imagen pertenece a un cuadro de la artista Lorraine Shemesh

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