domingo, 24 de agosto de 2008

'Edipo Rey' y Jorge Lavelli, frente a frente

Atreverse con la tragedia que Sófocles escribiera siglos atrás es, siempre, un ejercicio de extraordinaria voluntad y riesgo a grandes dosis, un reto al que Jorge Lavelli, veterano director de escena francoargentino, se ha enfrentado como si se tratara de un rito 'iniciático' del que hay que salir airoso. Edipo, rey de Tebas, atormentado por lo 'divino', angustiado al saber que mató a su padre y se casó con su madre, concentra la esencia de la naturaleza humana siempre bañada por la contradicción. El pasado jueves, (las representaciones terminan hoy domingo), tuve ocasión de asistir a una de ellas. Me tentaba la oportunidad de presenciar una tragedia con mayúsculas como 'Edipo Rey' en un teatro soberbio como es el de Mérida. Leyendo días después algunas de las declaraciones de Lavelli acerca del recinto, me percato en que el escenario es el mejor para poner en escena esta obra. Como espectadora, dejando a un lado mi profesión periodística, compruebo que el trabajo del director es eficaz y correcto.

El entusiamo de los actores protagonistas: Ernesto Alterio como Edipo y Carme Elías como Yocasta, y las 'tablas' de Juan Luis Galiardo como el adivino Tiresias y otros actores magníficos como Guillermo González o Francisco Olmo, contribuyen extraordinariamente a su redondez, sin olvidar a los 15 actores de reparto que conforman un coro minimalista más cercano a la fantasmagoría expresionista del cine alemán de los veinte.
El ascetismo del vestuario, la iconografía resulta sorprendente. Uniformados, los actores asemejan un militarismo, propio de postulados sincréticos de la época bélica de los treinta-cuarenta. Un esteticismo intencionado para elevar más si cabe la profunda sabiduría del libreto del autor griego. Y la declamación, en el caso de Alterio, y esa impostura amanerada reforzada por retorcidos y espasmódicos movimientos. Es esa puesta en escena sin florituras, casi desnuda, la que da brillantez a la obra. Lástima que esa belleza escénica se pierda por momentos en las gradas, donde la incomodidad por la estrechez de los asientos, impida a veces, más en los minutos finales, disfrutar plenamente de un gran espectáculo. Aún así, todo se perdona.
Fotos: Landi

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