Siendo pequeña y recoleta, con plazas que se repiten a escasos metros, unas de otras, con calles estrechas y muy provincianas, sin embargo, siempre sorprende. Sorprende por sus monumentos, por esa sabia maestría en guardar las viejas costumbres sin renunciar a lo cosmopolita, sorprende pasear por calles donde tropiezas con restos del pasado que te hablan, te sugieren, te conmueven...
Recuerdo, ahora, aquella serie narrada por el escritor Antonio Gala, titulada : 'Si las piedras hablaran'. Algo parecido, encontré allí. Siglos y siglos de historias vividas, concentradas a cada vuelta de esquina, en piedras angostas de calzadas romanas, en suelos de villas de patricios, en viejas columnas que aguantan incolumes.
De esa civilización culta y hedonista, que divinizó a la felicidad y que supo recoger la herencia de la sabia Grecia, Mérida guarda un trocito, también en mi corazón.
Fotos: Landi