viernes, 25 de julio de 2008

Susurros marinos (3)


Aquella noche, y aún con la inmadurez de sus pocos años , comprobó que había dejado de ser una niña. Reclinada sobre el poyete, desde la ventana, observaba un mundo que le era, en parte, ajeno. La vida de Ella estuvo siempre rematada por la inconmensurable sonrisa de su abuela. Fue esta mujer quién acogió a la niña en su regazo, después de aquel fatal desenlace, cuatro años atrás. Sin necesidad de preguntas ni respuestas, Marita asumió la dificil misión de criar a Ella. El frío enero miraba de frente, y no era momento para renunciar a esa niña, que tanto le recordaba a su propia hija. El invierno se instaló en la ciudad y parecía no querer abandonarla. En pocos meses, la vida de Ella dio un vuelco inesperado. Se convirtió en una transhumante de viviendas. Su padre, un comerciante, viudo con apenas cuarenta años, alquiló un pequeño piso junto a su cuñada, hermana de su difunta mujer, casada y con tres hijos, para luego trasladarse a otra casa, ésta un poco más alejada de la de su tía. En la primera, Ella fue feliz junto a sus primos, más, cuando, todos los fines de semana, se marchaban al chalet, en una población cercana a la ciudad. Allí, dejaba soltar la imaginación que viajaba sin freno a mundos insospechados. (Continuará...)
El cuadro pertenece al pintor Edward Hopper. (1882-1967)

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